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Cronología del Desprendimiento

Sobre la película 127 Horas de Danny Boyle


O como cuando vas en una ruta de autobús hacia un lugar peligroso, y de repente, alguien o algo te aprisionan el cuello, y lo que queda de tu vida, brota como la espuma de una pepsi, y tan solo puedes hacer gárgaras con esas instantáneas. O como cuando por enésima vez, has decidido dejar un mal habito o un vicio, pero sabes que una parte vital de tu vida se ira con ello. O como cuando sangras pero la llaga perfora la mente y la memoria también.

Danny Boyle, ese director ingles que descolló en los noventa, con esas películas de insolentes vándalos juveniles ingleses, como Tumbas a ras de tierra (1994) o Trainspotting (1996), ha dejado un rastro de cierta infección que consume a sus personajes en algunas de sus películas.

Una especie de virus que los persigue y con el cual combaten, un virus que ha echado raíces en sus adentros. Algo así persigue a Aaron Ralston, un escalador y explorador de cañones en Utah (Estados Unidos) previamente a las 127 horas que dura este suceso. En “28 Días Después” (2002) era la infección zombie lo que perseguía los personajes, en “La Playa” (2000), una especie de fiebre libertaria, en Trainspotting (1996) la heroína, en Sunshine (2007) la búsqueda espacial de un sol, en Slumdog Millionaire (2009) quizás el amor verdadero y en 127 Horas, el llamado de lo salvaje de una roca cósmica esperando en un cañón.

La película parte de un relato de la vida real sucedido en 2003 al personaje del mismo nombre, y escrito en el libro “Entre la espada y la pared”.
Aaron Ralston, es interpretado por James Franco (El hijo del Duende Verde de Spiderman), personaje que le ha valido ser nominado al Oscar a Mejor Protagonista.

Y resulta una exigente prueba llevar al cine esta tremenda historia de sobrevivencia y auto reflexión sobre sí mismo, para el actor James Franco, especialmente sí miras en su repertorio de películas las maneras propias de otro galán de esos que se descafeínan en menos de un lustro. Es una actuación casí estática se podría decir, algo inusual en el cine, no porque el personaje no cambie o evolucione en la historia, sino por las limitaciones corporales, que le imponen traducir principalmente su personaje, a su rostro, mirada, voz y los constantes registros que realiza de su experiencia en una video cámara.

Aaron Ralston, viene a ser parte de los retratos de Danny Boyle sobre esa búsqueda de seres humanos que de forma atávica persiguiendo su pasión, huyendo de lo convencional o de lo seguro, tienen que pagar el precio de cargar con ese karma.



Sí a Buck, el perro de El Llamado de los Salvaje de Jack London lo llamaba el bosque profundo, o Alaska a Christopher McCandless en Into the Wild “Hacia lo Salvaje” (Sean Penn, 2007), a Aaron lo llama una roca escondida, descendiente de algún meteorito, del tamaño de un balón medicinal, en un cañón llamado Blue John Canyon en los barrancos de Utah (Estados Unidos). Ha estado esperándolo ahí por siempre, quizás única y exclusivamente, para protagonizar su historia. Cuantas rocas hay así en nuestras vidas me pregunto, o quizás con cuantas de ellas nos hemos topado y no hemos sabido valorar ese carácter particular que encerraban para nosotros. Cuantas nos están esperando, o así solo sea una, donde estará esa roca…

De cualquier forma esta historia de la vida real es relatada a ratos como video clip, o como el singular cabezote impersonal de la serie Millenium y a ratos como un video registro de una excursión, sin por ello pretender simular ser un documental, como bien pudo hacerse, quizás buscando el camino fácil del morbo.

Una fisura en la que queda la dura lección, extrapolada por mi parte, tal vez de forma disparatada, no lo se, acerca de que por muy difícil que nos resulte, hay momentos en nuestras vidas en los que es necesario desprendernos de ciertas cosas, las cuales las creemos tan nuestras como nosotros mismos, pero que nos guste o no, nos detienen en un punto, y no nos permiten seguir en esa dirección en la que avanza eso que llamamos vida. 

Esta historia, pueda que para muchos resulte alguna otra cosa, sin embargo es también una costosa enseñanza de la naturaleza, del camino, el senderismo, el montañismo, en donde la vida, es más grande que eso que somos, eso que tenemos, eso que nos pertenece, más grande que nuestras partes.  La vida es eso tal vez, un sendero, con fisuras, con 127 horas que nos detienen en un punto, pero con miles de horas detrás para llegar ahí. Un sendero en el que por mucho que algo nos detenga en un punto, así sea algo muy nuestro, debemos renunciar a ello sí queremos seguir la vida en ese sendero.

Una banda sonora atmosférica con voces casí desde el silencio, de cantos más espirituales que terrenales, elevándose como plegarias en vía de extinción y conectándose por momentos, con el delirio de cantos multiétnicos de un coro global. Lo terrenal y lo espiritual.


Es la segunda vez junto con Slumdog Millionaire (2009), en la que se encuentran el compositor hindú A.R. Rahman y Danny Boyle. 

La vida de Aaron que retorna en instantáneas retrospectivas a veces y delirantes en otros momentos, semeja casí a comerciales de publicidad deportiva. Tal vez por la resonancia mediática de esta historia posterior a su suceso, en la vida real, o por la forma de pensar de Aaron de la cultura mediática, o porque quizás, cuando la vida nos plantea un dilema como el del personaje, nuestra cotidianidad, eso a lo que llamamos vida diaria, se reduce a flashbacks casí etéreos e impersonales.  Por otra parte esta la narración claustrofóbica del suceso, de esta maratón de horas, con primeros planos, simulando quizás el video testimonial o testamentario del personaje para sus familiares.

La película ha tenido múltiples reconocimientos entre ellos estar nominada al Premio Oscar Mejor Película 2011 y 5 nominaciones más: Edición, Musica Original, Canción Original (If I Rise), Actor Protagónico y Guión Adaptado.

Por William Lucero para Revista Galáctica y Cineztesia

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